Después de la derrota, la estrategia consiste en garantizar la subsistencia del kirchnerismo.
Por esa razón Maximo, líder supremo de La Campora, le apunta a Guzman, “los números tienen que cerrar con la gente adentro”. “Cada dólar que se destine al FMI es un dólar menos para nuestro pueblo”. Es así, la culpa es del otro. Nunca nuestra.
El ministro de economía reunió a sus fieles y les aconsejo, “No hablen, ni discutan, todo lo que escuchen es en clave electoral, en la realidad están de acuerdo con nosotros, pero necesitan un chivo expiatorio”.
Está claro que Martin Guzman recibió clases de kirchnerismo explícito en estos años y entendió rápido como funciona la Argentina.
Lo peor de todo es que no hay tiempo para cambiar la realidad.
Nada alcanza en 30 días. Entonces se hacen anuncios que se sabe, nunca van a llegar a la práctica.
Perdieron, pero se revela que no aspiran a hacer una política de Estado. No vinieron a cambiar la sociedad. Tampoco para resolver los problemas estructurales de la economía. Se desbarrancaron varios mitos en la provincia de Buenos Aires.
Estamos viendo a un gobierno corriendo detrás de los acontecimientos. ¿Cómo llegar a la gente?. ¿El encuentro con cumbieros funciona?
La estrategia electoral no es sólida porque no tiene de donde agarrarse.
Las elecciones muestran que hay un abismo entre el poder y la sociedad.
Están mostrando una frase de Groucho Marx : “ Yo tengo estos principios, pero si no le gusta, tengo otros”.
Pasamos del lenguaje inclusivo y la ley del aborto, al jefe de gabinete entronizando la Virgen de Lujan en su despacho.
Las convicciones son flexibles. Todo es un armado cínico para sobrevivir.
Peor es estar afuera del poder, y tener que buscar trabajo en la actividad privada.
Está claro, según el Indec, en 10 años, por cada empleo que se perdió, se crearon tres en el Estado. Desde el 2012, 241.000 se perdieron y el otro 745.000 mas en la administración pública.
El aporte lo hizo el sector privado. El empleo en el Estado es una especie de seguro de desempleo. Pasaron de 2,4 millones a 3,3 millones.
Creció en años de estancamiento y recesión.
Ahora se entiende porque según una encuesta de la Universidad Austral, el 60 % de los jóvenes prefiere trabajar en el Estado.
Hasta hace 2 años, entrar en La Cámpora era una posibilidad de conseguir un empleo en el gobierno. Ahora es mucho más difícil.
Incluso, en algunos estudios universitarios se indica que no sólo no atrae, sino que provoca rechazo.
Algunos analistas señalan que un recorrido por Tik Tok, la red social clave, la influencia kirchnerista casi no existe.
La única realidad es que Argentina es una fábrica de pobres.
En plena campaña electoral, algunos trucos son viejos. Al mago se le caen las cartas, el malabarista no puede mantener los platos en el aire y el payaso produce pena.
Se habla de producción y se expulsa a los posibles inversores.
El ministro de agricultura y ganadería, abre la posibilidad de exportar carne sin cepos, pero rápidamente dice : “Habrá que administrar los saldos exportables”. Una forma de amenaza latente.
Pablo Gerchunoff, economista e historiador lo define con lógica impecable: “Estamos llegando a un punto central. Alberto tiene la lapicera del poder, lo institucional para gobernar”. “Pero es débil. Desgraciadamente está en ese lugar por decisión de una jefa política”.
Aparentemente, no puede, no sabe o no quiere prescindir, romper, entonces conviven. Algunas veces paso en la Historia, presidentes que sobreviven con la enorme sombra de un caudillo.
Algunos se resisten, otros fueron mansos, algunos duraron, otros no.
Hay espejos para mirarse.
Sabe que el balance es negativo. Nunca encendió los motores del crecimiento de la economía.
Mantener unida la coalición después de las elecciones es misión imposible. Algo se rompió en forma definitiva.
A Cristina le cuesta mantener su base electoral que es el conurbano de Buenos Aires.
Los choques y los abrazos serán constantes hasta el 14 de noviembre. Después vendrá el pase de factura.